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mayo 24, 2005

Descripción y evolución de tres heridas en los pies

Las heridas en los pies son particularmente molestas. Estorban mucho y cuesta curarlas. Hace un tiempo, muchas de estas yagas me acaecieron simultáneamente. Este es el registro bibliográfico de las tres heridas más relevantes, escrito como un homenaje a mis pies y a los pies del mundo, que tan útiles les son a sus propietarios.

El primer problema lo tuve en el que vendría a ser el dedo índice del pie izquierdo. Andando en hawaianas por Belém, aquél se estrelló a gran velocidad contra una saliente de concreto de una vereda que, como muchas otras veredas de la ciudad, se encuentran en pésimo estado. El dedo quedó desfigurado y manchado en sangre, pero seguí mi camino pensando que después de un lavado quedaría como nuevo. Un encuentro con amigos eslovenos, que ameritó una amena charla acerca de hoteles y viajes en barco, retrasó los primeros auxilios a la falange accidentada. Después de las labores curativas quedó en evidencia que la abertura era significativa, y después de tratar de calzar un zapato quedó en evidencia que sería perentorio andar en sandalias por largo tiempo.

El mayor percance que representaba esta herida era que no cicatrizaba rápidamente, y cuando lo hacía, se perdía la costra con facilidad, ya sea por algún contacto indeseado o por un simple baño. Por este motivo decidí cubrir la herida con parche curita, pero se hacía extremadamente difícil colocar la venda en una posición que no perjudicase más la situación. Es más, si el baño era de mar, el parche sólo acumulaba arena e infectaba la zona de catástrofe. Finalmente decidí extirpar más de la mitad de la correspondiente uña, para dejar más campo libre, y lo cierto es que dio muy buenos resultados, regenerándose la piel satisfactoriamente, aunque con una costura imperfecta.

La segunda yaga surgió de modo mucho menos amenazador, a paso lento, pero se constituyó en la de mayor tamaño. Comenzó siendo un común raspado de la goma de la sandalia en la superficie del pie derecho, pero sin los cuidados profilácticos que debí otorgarle, se transformó en un inmenso cráter, con el gran inconveniente de que al calzar las susodichas sandalias, éstas me producían un dolor insufrible. Sumado todo al antecedente de la primera herida, me dejaba sin opciones a la hora de querer proteger la planta de los pies de las inclemencias y rugosidades de los caminos, exponiéndolos (a los pies) a nuevas e insospechadas heridas. Opté, por tanto, por una solución de la cual no me enorgullezco, pero que funcionó. Decidí seguir portando las hawaianas en cuestión, pero con una sencilla modificación: encajando la hevilla frontal -aquella parte que debería ir entre el dedo gordo y su vecino para sostener la hawaiana- entre el dedo índice y el central, pero sólo en el pie derecho. De este modo, la huincha de goma también se desplazaba y la herida quedaba descubierta. Gracias a esta estratagema, la herida sanó en corto tiempo (afortunadamente, pues de lo contrario el peculiar estilo de calzar la sandalia habría tenido consecuencias articulatorias serias), aunque el cráter sigue marcado cual tatuaje.

Finalmente he de referirme a la tercera herida, la más misteriosa de todas. Surgió de un día para otro, sin darme cuenta de cómo se originó. Parecía una pequeña mordedura en el juanete externo del pie izquierdo, que se fue rodeando de callosidad. El problema era que el pedazo faltante no se regeneraba, sino que surgía la costra en forma cóncava sobre la herida. Alrededor de ésta, además, se formaba una inflamación significativa, que eliminaba completamente las posibilidades de volver a calzar zapatillas hasta dar el alta. Como la cicatrización sin regeneración no me dejaba conforme, y la inflamación disminuía sin la costra, era yo mismo el que la retiraba, si no se había salido sola. Pensando que la mala sanación se debía a una posible infección, decidí intervenir la herida. Con la ayuda de una cuchilla y una aguja, perforé con dificultad (debido a la incómoda posición de la herida) dentro de la "mordedura", apliqué el desinfectante que tenía a mano -colonia Polo Sport-, y cubrí la yaga con sendo parche curita. El primer efecto fue la desaparición de la inflamación y de la callosidad. Tras retirar el parche, pude ver que también se había regenerado la epidermis, aunque había quedado un pequeño vestigio, una leve concavidad que seguramente me acompañará por el resto de mis días.

Hoy camino con soltura, como lo hace cualquier ciudadano. Pero de vez en cuando me surge un callo, una raspadura o una irritación en un pie, y se me viene el recuerdo de aquellos días de la triple yaga. En momentos así, no escatimo cuidados preventivos.

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